martes, 4 de agosto de 2009

La sala de mi casa y mis anteojos

A veces se siente el impulso de gritar. De dejar todo atrás, de desaparecer y aparecer siendo otro, menos yo; menos cobarde, menos "educado", menos amable, menos muerto. Los lugares que ocupamos son casualidad (salvo excepciones contadas), lo que no es casualidad son las arenas movedizas. Es como si entre más uno intenta salir más se hunde. Lo más frustrante de todo es ver a donde se quiere ir y no tener el valor ni eso que toma para hacerlo.

Antes creía ciegamente en la voluntad, pero ahora he perdido mi fe. La verdad es que no creo en nada. Y a veces quisiera creer en algo. Quisiera creer aunque sea en el consumo y en el "emprendimiento" burgués. A veces es mejor creer aunque sea en el matrimonio, o en el dios dinero. Es menos solo. Es menos frustrante.

Ni siquiera creo ahora en La Revolución o las revoluciones. La muerte es mucha y ha avanzado demasiado. Llega siendo como eso que veía Lifton en las sectas apocalípticas/ fundamentalistas de cualquier signo: aniquilar para salvar... Como dicen los sabedores computacionales: llega un momento en que lo que queda es "resetear" el sistema.

Yo veo a la gente muy feliz en el Mall los domingos. Veo a l@s jóvenes caribeñ@s teniendo orgasmos orales con historias de asesinos. Veo a los asesinos demasiado tranquilos con sus muertes y su suerte. Veo a demasiados funcionarios contentos en su ambición y no encuentro a ciudadan@s que reclamen. "Pura Vida, Mae" decía Carlos Varela ayer, y no sé porqué sentía nauseas.

Tal vez sea este lugar que no me permite esperanzas. Tal vez sea el salario. Tal vez sea que no tengo el valor de consumir drogas que me sintonicen con el entorno. No veo diferencia entre el mundo que se ve en la pantalla del mundo que se ve en la ventana. Los ricos tienen sus canales en mi alcoba, como dice Cohen. Su publicidad condiciona mi cerebro y administra mis placeres. Y yo les creo. En eso sí creo! Creo que no es posible sobrevivir sin salario. Creo que no es posible existir sin prostituirme. Creo que no es posible cambiar mis entornos. Y tengo claro que es porque me lo prohiben. Si es imposible es porque está PROHIBIDO. Hacer lo prohibido es revolucionario. Pero revolucionario suena hueco. Y La Ley es una espada que me atraviesa de los testículos a la garganta.

Dios, Ley, Estado, El Gran Hermano, El Gran Otro! El Muro. El Asteroide, la sala de mi casa y mis anteojos.

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