lunes, 31 de agosto de 2009

¿Qué habrá ahí?

A veces la violencia te golpea en la cabeza. Siempre es la muerte. Siempre es el miedo propio a la muerte, la impotencia que se siente frente a su inexorable realidad.

A veces sueño que me asaltan. En el sueño me encuentro inmóvil, paralizado por el miedo. Mis verdugos deciden qué harán conmigo. Por alguna razón, que aún se me escapa, no reacciono, no me defiendo, no resisto.

Desfilo al matadero, cual inocente víctima, tomada por su impulso de sobrevivir. Sin embargo, no queda claro si es impulso de sobrevivir, o si más bien es un impulso de muerte. El punto es el siguiente: la muerte es inevitable. Lo único que se puede decidir es cómo se quiere vivir.

Mi voluntad se inclina por resistir, por defenderme, por luchar: por no dejarme matar. Pero, en mi sueño, el miedo toma mi cuerpo, me inmoviliza. ¿Será la valentía una decisión o una disposición? Porque para luchar, uno tiene que estar dispuesto a morir; es sólo uno de los resultados posibles de la lucha en una guerra a muerte. Porque de eso se trata. Es una guerra, aunque nos cueste verla. Ahí está, en la calle, en la casa, en el empleo, en las relaciones de pareja, en la existencia. El malestar en la civilización.

Se trata de un tema sexual. El cuerpo propio y sus orificios, el cuerpo del/a otr@ y sus orificios. El placer como amenaza, como asalto o asecho. El placer que nos requiere más responsables, más autónomos. Pero ¿por qué es que este placer asecha y asalta? ¿Por qué esta paradoja de placer que mata y muerte que da placer?

Tal vez la pregunta sea falsa. Tal vez la pregunta no sea sobre el por qué sino sobre el cómo.

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