jueves, 3 de septiembre de 2009

Sueño II

Vuelvo a soñar que estoy en medio de un entorno de guerra urbana; callejera, pero sin sentido. Esta vez yo llego a un lugar donde juegan al fútbol mi hermano Andrés y gente conocida de él. En el sueño, mi hermano es lo que podría ser calificado en los medios masivos como un pandillero. Todos andan armados. Juegan en la calle, y en eso hay confusión y llegan personas "enemigas". La mejenga callejera se dispersa y empieza el tiroteo. Yo me encuentro desarmado. Intento huir. En mi primer intento, me topo con un "salvaje" tatuado, con cicatrices en el estómago de viejas heridas. Se ve furioso. Huyo hacia otra dirección y me topo con un negro gigantesco con dos machetes, el afro tupido y cara de ningún amigo. Descarto ese camino como opción y finalmente tomamos (porque caigo en cuenta de que huyo con dos personas más) un "taxi informal". Entramos en el taxi apresuradamente. Le indicamos al taxista que vamos a Guadalupe, a lo que él contesta aliviado: "qué dicha". Yo me encuentro en el asiento de adelante y cuando veo hacia el asiento del chofer, veo que no hay nadie y el taxi avanza. Resulta que el "taxista informal" es una persona discapacitada (tullida, dirá el políticamente incorrecto). Y maneja desde la parte de atrás de lo que parece una "station wagon" ayudado por un espejo en la puerta de atrás que da hacia el parabrisas y unas muletas de metal.

Ahora, cambia la escena, estamos (mis acompañantes indeterminados y yo) en el taxi aún. Ahora yo estoy sentado donde comúnmente iría el conductor. Y a la par mía está el taxista informal, ahora incorporado en el asiento de adelante. Es una persona con una cicatriz sangrante en la cabeza. Luego la imagen se transforma un poco. Es un enano rubio, de corte de pelo de futbolista de los años ochenta. El compa muestra sus cicatrices y hace una historia de como han sido voluntariamente adquiridas. Me llama la atención la cicatriz que le cruza es cuerpo transversalmente. Inicia en la mano izquierda cubre el brazo, sobre el hombro, pasa arriba del pecho sobre el otro hombro, cubre el brazo derecho y hasta la mano derecha. El hombre se muestra hostil y hasta existe el temor en nosotros de ser asaltados por él...

Llegamos a nuestro destino, que es la casa mía pero que no es mi casa. Nos quedamos ahí, como escampando del asecho, pero el taxista también se queda, con la aprobación de mis acompañantes indeterminados. Yo estoy en desacuerdo y no comprendo cómo esas personas piensan dar alojamiento a una persona que minutos antes estuvo a punto de asaltarnos. El sueño acaba cuando me dispongo a dormir, en una habitación semi-iluminada, entre colchonetas tiradas en el piso.

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