lunes, 14 de diciembre de 2009

En el nombre del padre, del hijo y del espíritu espánto

A veces llega la noche y el esternón se me hace laguna. Veo documentales de los zapatistas en yutub, aprendo que el Sup se llamaba Rafael Sebastián Guillén Vicente. Busco libros en scribd, bajo varios, incluido El sueño zapatista de Ivon Le Blot. Busco cuentos del Sup y pienso que si alguna vez se me ocurre la locura de tener hijos o hijas, me gustaría leerles los cuentos de Durito, de Elías y de Sombra, el guerrero. Pero pienso que tal vez la guerra no me lo permita. Como la llaman el Sup y l@s zapatistas: la IV guerra mundial.

Muchas veces lamento haber sido sobrecastrado. Corporalmente me produce un dolor intenso. Es posible que ese sea el origen de la lluvia en mi corazón. La seguridad que da lo autoritario como autoridad, el miedo que da, el goce. Es el goce de la masturbación (¿autoerotismo?), el goce del súbdito atemorizado, hipercastrado. No hay nada más seguro que la gratificación que brinda el propio cuerpo. No hay nada más bajo control. Pero en ese goce también hay miedo al otro y a lo otro. Es un muro o una huída.

Quisiera poder ariesgar más, creer más, tener más amor propio. Poder salir de esta cárcel de angustia, de estas arenas movedizas que empantanan mis muslos, mis yemas y mis cienes. Mi cuerpo ha sido inscrito en deuda: la deuda de existir. Franz Hinkelammert descubrió que en a inicios de la oscuridad medieval, se cambió la traducción del Padre Nuestro. Antes decía: perdona nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Ahora reza: perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.

Es el embrión de la guerra burguesa. El inicio de las deudas impagables y de la dominación a partir de la imposición de pagar. ¿Y que tal si me niego a pagar deudas que no he contraído? ¿Y que tal si la muerte no es el Rey?

El Sup cumple la fantasía de Silvio: "yo quería cantar encapuchado, y después confundirme a vuestro lado". Silvio fue mi primera escuela de política, aprendí desde entonces que "el sueño se hace a mano y sin permiso, arando el porvenir con viejos bueyes." ¿El tema de las máscaras y los permisos? ¿La autoridad, la autorización y el autor? ¿Donde está el autor en mí?

Muchas veces está donde lo no veo. Enmascarado en frases de otros, textos de otros, sueños de otros. Este que escribe a media noche de un lunes sin fondo no soy yo. Son mis mascaras, soy mis máscaras. Las máscaras en todo, para ocultar la falta. ¿Falta de qué? Sí, de eso mismo.

De eso mismo que no se puede nombrar, de eso que no se dice, de lo que no se puede escribir, de lo que sólo se puede balbucear como una estrella roja de mar mecida por las olas del caribe. Soy indígena zapatista, soy cubano, soy venezolano, ecuatoriano, boliviano, paraguayo, pero me cuesta ser de este lugar. Me duelen más los indígenas mexicanos que los que me informan genéticamente. Eso no es cierto, también me duelen esos; me duelen las encomiendas y las evangelizadas y las aperreadas y los suicidios familiares en el nombre de dios.

¡En el nombre del padre, del hijo y del espíritu espanto, ten!

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