sábado, 13 de marzo de 2010

Furia en la carretera

Soy de esas personas que se molestan cuando una persona me pita, fundamentalmente cuando creo que el llamado de atención es inmerecido o injusto.

Hoy, al desplazarme de mi casa al empleo, me disponía a hacer un giro a la izquierda en el semáforo de Muñoz y Nane para dirigirme hacia Curridabat. Confieso que me preparaba para hacer una maniobra ilegal por el carril de en medio que sólo tiene giro a la derecha, pero al entrar a la intersección me arrepentí e hice el giro a la derecha como había que hacerlo.

En el momento de la duda, recibí el estimulo del pito (no me deja de sonar obseno, pero claxson suena cursi) del compa que venía atrás. Me irrité, pero valoré el pitazo legítimo, la persona tenía razón, leyó que yo me disponía a hacer un giro ilegal.

Muy bien, entonces avanzo hacia la derecha para utilizar la calle que sube y sale en frente de Plaza del Sol, que es un giro a la izquierda en "el antiguo higuerón", donde hay dos calles, en forma de "y". Una pasa en frente de la estación de gasolina y la otra, que es un giro más agudo, no.

El asunto es que el compa que me había indicado legítimamente con su bocina que no hiciera la animalada que me disponía a hacer, nuevamente accionó su bocina, esta vez, de manera ilegítima y, además, más profusa que la vez anterior.

Por supuesto, a la agresividad del chofer a mis espaldas, responsdí con agresividad. Le dije: "¿y ahora, porqué que putas está pitando?" y lo miré de forma desafiante por el retrovisor. El mae procedió a insistir con su bocina, a lo cual respondí quedandome ahí, obstaculizándole el paso por algunos segundos eternos.

Por instantes, hasta me pasó por la mente bajarme del carro a solicitarle a nuestro compañero que se dispusiera a resolver el pequeño dilema a los golpes. Por suerte no soy Bruce Lee ni tengo el coraje de Corazón Valiente ni porto un arma. Tampoco soy tan bruto ni tan suicida potencial como el machi-tico normal. Gracias a esta mezcla de cobardía relativa, sensatez y un instante fugaz de buen juicio entre la seguidilla de desaciertos que relato, me contuve de escalar el problema a otro nivel de mayor agresividad.

El "altercado" terminó cuando su servidor hizo el giro que debía y el susodicho chofer pitante pudo seguir su camino. Todo esto sucedió hoy Sábado 13 de marzo de 2010 a las 7:50am.

Y ahora, usted posiblemente se preguntará: ¿y qué afán tiene este mop en contar esta historia? Ninguno, en realidad. No hay afán. Tampoco hay moraleja.

Pensaba que se podía hacer todo un análisis de la agresividad y la represión de los impulsos de la libido. Que toda esta agresividad en la calle, esta autodestructividad tenga que ver con el impulso suicida que nos conduce a la muerte. Ese goce de volver al momento de quietud primera, ultima. De volver al sitio no conflictivo del no-ser.

También pensaba que podría estar relacionado a que el dique de los impulsos libidinales que construye el sistema de dominación en las formaciones sociales contemporáneas produce que los impulsos, inclusive los reproductivos de la vida, se desborden en autodestructividad. Tal vez la felicidad, entendida como una especie de homeostásis, es imposible. Quizás imposible y prohibida. Tal vez sea bloqueada por el dinero y sus espectros, por el prestigio y sus fantásmas, por el goce y su obscenidad.

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