martes, 3 de febrero de 2009

Administración social de la libido

"Le doy una canción a los pecados que no gasté,
los que no pude
"
Testamento, Silvio Rodríguez


Hace un tiempo que no escribo. Entre las cosas que me pasan por la mente es que se escribe cuando se puede, no cuando se quiere. El tema de la voluntad es algo interesante. Hay algo más allá de la voluntad que es lo que permite hacer. Ese más allá se me antoja misterioso, indeterminado.

Pienso en lo difícil que me ha resultado escribir mi tesis de licenciatura. Hace ya más de cuatro años que completé todos los cursos de licenciatura y sin embargo no he encontrado las ganas de escribir. Y no es que no he tenido la voluntad. He formulado y reformulado el tema que me interesa, lo he pensado, he leído algunos libros, y sin embargo, no logro escribir.

El tema es sencillo, aunque tenga un nombre curioso: la administración social de la libido. Quisiera hacer un estudio que abordara en términos simples el control social de la sexualidad. Si, ya sé, Foucault habló de eso en La historia de la Sexualidad, que por cierto, no he logrado terminar el tomo tres, y me ha resultado algo pesado. Si, Freud también habló de eso y también Reich y muchos otros. Creo que aquí está el primer problema: hay mucho que leer. He leído algo, como dije, pero entre más leo, menos entiendo y más me hace falta...

¿Por qué me interesé en este tema? Pues bien, evidentemente porque pienso que tiene que ver conmigo, con mi historia y con mi desarrollo. De ahí que también es difícil. El tema me implica, porque siento que mi desarrollo sexual ha estado lleno de culpas y dolores innecesarios. Y creo que no soy sólo yo el responsable de que haya sido así.

Recuerdo que cuando empecé a descubrir que mis genitales me proporcionaban placer, también empecé a descubrir una modalidad de culpa hasta ese momento desconocida para mí. Siempre o casi siempre, el placer intenso que me proporcionaba el orgasmo venía acompañado de una culpa de intensidad similar. Empecé a tener ideas obsesivas: sentía que cada vez que recurría al autoerotismo algo malo iba a ocurrirme durante el día, y si era en la noche, al día siguiente. Pueden imaginar el peso que significaba tener esas ideas obsesivas para un joven onanista entusiasta.

Mi entrada a la sexualidad adulta estuvo llena de temor, de culpa y de baja autoestima. Probablemente hubo diversos factores determinaron esa baja autoestima (vergüenza), esa culpa y ese miedo, pero sin temor a equivocarme, la tradición Católica cumplió un papel fundamental en ese devenir sexuado desgarrador.

Para la doctrina Católica, literalmente medieval, sólo hay una sexualidad legítima: aquella que se da entre esposo y esposa en el sacramento del matrimonio con el fin de reproducir a la especie. La sexualidad humana como juego, como envite, como fiesta, como alegría, como disfrute, como comunicación entre seres humanos no es legitima. Es pecaminosa. Es una sexualidad "desordenada" que esclaviza y pervierte la "naturaleza humana" y, por lo tanto, produce la ira de Dios. Muchos de nosotros incorporamos esta sensibilidad a nuestra subjetividad en la leche materna.

Aún hoy, en pleno siglo XXI, hablar abiertamente sobre relaciones sexuales, sobre nuestro devenir sexuados, sobre el autoerotismo (masturbación sin el contenido puritano-católico que históricamente produjo el término), sobre orgasmos, sobre pornografía, sobre genitales, en fin, sobre una de las dimensiones humanas más básicas resulta difícil para algunos de nosotros.

Creo que éste ha sido otro factor importante en mi dificultad para escribir. Hasta hoy soy capaz de decir que no siento vergüenza de mí, ni de mi cuerpo, ni de mi placer. Doy gracias porque existen.

Mi objetivo es combatir esa culpa, ese dolor, ese miedo, esa vergüenza. Podríamos producir un mundo más alegre, más amable y mejor si dedicamos nuestra vida a luchar contra las fuerzas que endurecen nuestro corazón y lo marchitan.

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